lunes, 29 de enero de 2018

Ni me ha mirado

La sala de espera es ruidosa, como corresponde a una sala de espera en la que todos se conocen, una sala de espera repleta de consanguinidad, una sala de espera donde poner a prueba los parentescos más rocambolescos, una sala de espera de ¡Sálvame de Luxe! con todo tipo de cotilleos y miradas al bies. Una sala de espera de una consulta de pueblo, en definitiva.

Hay cierta tensión antes de que el médico abra la puerta. Llegó hace unos minutos de su café matutino en el bar de siempre, mientras los parroquianos más madrugadores tomaban posiciones en las sillas, mirándose unos a otros intentando adivinar quién pasará el primero, o, directamente, sin tapujos, preguntándose la hora de la cita, aún a sabiendas de que algunos mentirán más que al decir su edad, por si acaso los astros se conjuran y pueden adelantar una o dos posiciones en ese pit lane tan original de calamidades sanitarias.

El médico se asoma y da los buenos días combinados con el clásico comentario de hombre del tiempo jaleado por su público, eso cuando no ha ganado su equipo o palmado vergonzosamente el rival, que en el pueblo todo el mundo sabe de qué pie cojea y se le notan en la cara los goles de sus delanteros como si hubieran sido jazmines en el ojal, que diría Maria Dolores.

La primera parroquiana se pone en pie al oír su nombre como si la hubiera tocado el jamón en la rifa de la Virgen, y entra en la consulta regalándose una mirada por encima del hombro, que no siempre tiene una la fortuna de abrir el melón de la consulta. El médico la acompaña hasta su silla y no se sienta hasta que ella no se ha acomodado. Cruza las piernas repantigando en el sillón sin teclear ni mirar la pantalla. Ella se siente encantada de que le preste toda su atención.

- ¿En qué puede ayudarte?
- Tengo fatal la garganta doctor, un escozor tremendo y una sensación de tener algo que sobre todo por la noche no me deja pegar ojo.

No, no ha tenido fiebre y lleva más de tres semanas así, casi desde que llovió la última vez, que el invierno está resultando de lo más seco. Nota que el médico está leyendo algo en la pantalla. Apenas había notado que hubiese trasteado en el ordenador, y eso que está sentada junto a él y ve perfectamente la pantalla. Sí, ya se pasó el susto del bulto aquel que le salió en el cuello, aquel que la pincharon hace unos meses y que la tuvo sin dormir más de un mes. Bueno, a ella, a su marido, a su hijo y a su hija. Un mes de nervios de toda la familia, en la que hizo más novenas que durante los embarazos de todos sus nietos. Sí, su marido sigue algo depre,  el mal tiempo no le deja ir a la huerta y es con lo poco que se entretiene. No, no le apetece ir a hacerse el TAC que la mandó el otorrino cuando aún no sabían de donde había salido aquel bulto. No tiene ganas de andar molestando a sus hijos y ella se encuentra fenomenal. Sí, ya sabe que tiene que tener algo en la boca que la haga producir saliva para que no se le queda la boca seca, y lavarse la nariz por la noche con suero para arrastrar los mocos. Claro que se toma la leche con miel y si usted me lo dice, me tomaré un paracetamol por la noche. Gracias doctor. Pues si a usted le parece pues que no me voy a hacer el Tac ese. Vale. Le daré recuerdos de su parte a mi marido y a mis hijos. Los suyos ya hechos unos mozos, ¿verdad?


Sale de la consulta parándose a repartir saludos y despedidas, con aires de ganadora de concurso de belleza, mientras a sus espaldas, el médico nombra al segundo de la lista, que estaba de pie esperando ansioso, porque si se sienta las rodillas le rechinan al levantarse y se quejan de los kilos que soportan. El médico le palmea la espalda amisto mientras se acomoda en la silla a su lado. Lleva dos días terribles, con fiebre y doliéndole hasta los pelos de la cabeza. Está como si le hubiera pasado un camión por encima. No, no se fatiga y le cuesta trabajo arrancar, que más quisiera que mover algo para que no le escociera tanto el pecho al toser. Sí, está hecho una calamidad, aunque ya empezó ayer a tomarse el Ibuprofeno ese que guarda en casa para estas emergencias.


No, no sabe cuándo le operarán de la rodilla. Ya va para año y medio que esté en la lista de espera y la garrota se ha hecho inseparable. No, su mujer no está muy bien. Tiene la cabeza cada vez más perdida, y él se encuentra cada vez más torpe, y apenas puede con ella. Ha tosido un par de veces estos días pero no ha tenido fiebre. Gracias doctor, allí estaré esperándole, cuando termine usted la consulta, no se preocupe cuando pueda. Ya sabe que a ella le hace mucha ilusión verle. Tranquilo, que yo me tomo un par de días el ibuprofeno ese con unos buenos caldos y se me pasa esta gripe. Hala, luego le veo doctor, hasta luego.

Se marcha renqueando con su garrota. Contesta con una frase hecha de las que no dicen nada pero lo cuentan todo a la pregunta por su mujer de una quinta de ella. Le viene a la cabeza la imagen de ambas en las fiestas del pueblo hace cuarenta años, tan jóvenes e inmortales.

Todas las cabezas se vuelven al médico, que esta vez ha demorado un tanto su aparición en el quicio, entretenido apuntando la visita domiciliaria pendiente y contestando una consulta breve por un teléfono que parece la centralita de El Corte Inglés. A nadie le importa que el doctor interrumpa de vez en cuando las consultas por el dichoso ring-ring, saben que cualquiera de ellos podría estar al otro lado del cable un día u otro.

La siguiente agraciada se levanta mirando el reloj con cierto fastidio. Ella intenta coger siempre la primera cita por internet, aunque tenga que esperar unos días más. Conociendo a este médico, esa es la única de la mañana que no tendrá retraso. Él la recibe con la sonrisa habitual y ella se acomoda donde la gusta, en la silla que queda más lejos, esas modernidades de la mesa contra la pared y todos en corro nunca terminaron de gustarle. A ella le encanta cuando va a las consultas del hospital, esos médicos serios, con sus batas y corbatas detrás de la mesa, como toda la vida, como tiene que ser. Claro que admite que la trata bien, pero hay algo en su interior que la empuja a la desconfianza, a pesar de que hasta ahora no ha tenido motivos, no sabe muy bien qué es, más de una vez ha tenido que reclamarle alguna pastilla para lo que la pasaba, alguna prueba, o mandarla a quien fuera capaz de poner nombre y apellidos a sus síntomas.

En fin, que vuelve a tener retortijones de tripa y ha estado durante toda la semana yendo tres o cuatro veces al wáter. No, nada raro en la caca, menudas guarrerías que pregunta el amigo, y tampoco ha perdido peso, ¡ojálá!, ya le gustaría después de una navidades. Sí, mi hija está mucho más tranquila y ya no necesita tanto que vaya a ayudarla con las niñas, a todo se acostumbra una, hasta a las separaciones más traumáticas, pero este dolorcito que se me pone a mi en la espalda debajo de la paletilla derecha no tendrá que ver con estos dolores de tripa. Sí, por fin podré ir a la excursión que organizan las mujeres a Galicia. Pensaba que le iba a hacer falta a mi hija, pero ha vuelto a su rutina normal, ya no está de baja, que menuda racha casi sin salir de su habitación, sin ganas de cocinar ni de mirar a sus hijas a la cara, que porque estaba allí yo para echarla una mano, que si no, porque el padre ni aparecer.

Y creo que tengo unas decimitas todas las tardes, nada, treinta y seis ocho, pero es que yo siempre he sido de temperatura baja. Sí, nos vamos la semana que viene, no quisiera yo ponerme mala. No, no conozco Galicia, seguro que me va a encantar, porque yo soy muy de marisco, siempre me ha gustado. Nada, nada, tendré un poco de cuidado con lo que como está semana no me vaya a poner peor y al final se chafe la excursión.

El teléfono vuelve a sonar, y la mujer se despide con un gesto de la cabeza. No tiene nada más que decir y la consulta telefónica parece que empieza a alargarse. El doctor le hace un saludo con la mano antes de salir. Ella deja la puerta entreabierta. Sentada cerca dela puerta se encuentra a una vecina.

- ¿Qué, qué te ha dicho?
- Nada, como siempre, ni me ha mirado 









1 comentario:

Juan Antonio García Pastor dijo...

Como en el cuento de cuando Jesús se hizo pasar por Médico de Familia y atendió a un paralítico.
Le dijo que se levantará y caminará.
Salió andando y fuera le preguntaron que tal el médico nuevo.
Contestó:
"Igual que todos,ni se levantó a tocarme".